domingo, 16 de enero de 2011

Perdición

Nota previa: Con este relato quedé 3ª en un concurso de relatos en primera persona de mi antiguo instituto, el IES Roces. La inspiración vino de cuando entré en Notre Damme en mi viaje de estudios a París. No estoy contenta con el final, seguro que si no fuera por el límite de espacio se hubiese extendido mucho más.
Aún era de día, pero las oscuras nubes habían adelantado la noche, la lluvia caía en abundancia y las calles eran mares de lodo. No me quedaba otra que patalear, resbalar, gatear y luchar para andar si quería ponerme a salvo. Sabía que, en cuanto el sol se ocultase y ningún rayo pudiese iluminar la ciudad, ella aparecería, jugaría conmigo y nadie sabía si acabaría el juego esa noche. Caí una vez más, atravesando un puente, miré horrorizada las aguas, temiendo ser engullida por ellas, ese horror repentino me dio fuerzas para recorrer una distancia considerable que me llevó al que sería mi refugio: Notre Damme. La imponente catedral tenía un aire tétrico con sus gárgolas y demonios saliendo entre las penumbras creadas por el tormentoso ambiente, pero se veían tenues lucecitas de color en las vidrieras, creadas por las velas que algún religioso mantenía vivas. Miré a mis espaldas, al oeste, era imposible adivinar la hora del día, así que me apresuré hacia la entrada del templo.

Las miles de llamitas bailaban en sus velas, iluminando casi todos los recovecos de la catedral, la mayor diferencia con esta en un día soleado era la ausencia de luz entrando en las vidrieras. Había algo en aquel lugar que llenaba mi alma de paz y tranquilidad, quizás su naturaleza pero estoy segura de no haber tenido la misma sensación en el Sacre Coeur, quizás fuese la extraña musicalidad que adquiría cualquier ruido o fuese algo natural de Notre Damme. El cansancio y aquella sensación hicieron que me postrase de rodillas, con la mirada perdida entre algún símbolo cristiano. Mis movimientos llamaron la atención del que ese día cuidaba el templo, él se acercó ágil a cerrar la puerta y a socorrerme. En esos instantes, yo solo era capaz de repetir “confesión, confesión, confesión…”. Me ayudó a ir hasta el confesionario y poco a poco recuperaba mis fuerzas, por suerte las luces me habían confundido y aún era capaz de no temblar por la caída de la noche.
Tras las palabras propias de aquel rito religioso, le relaté mi historia:
-Padre, hará apenas un año dejé la casa familiar porque no ganábamos suficiente dinero para sobrevivir todos. Vine a París y, sin saber cómo sería, fui a Montmartre -el religioso exclamó por lo bajo y se santiguó-. Yo veía con admiración el arte y con inocencia los placeres nocturnos y, aunque empecé mi carrera como cantante y bailarina, acabé siendo una atracción más en un cabaret. Todo iba bien hasta que alguien pagó una gran suma de dinero por verme (sólo por mirarme, mejor dicho) durante horas, haciendo yo lo que quisiera, pero no debía conocer la cara de aquel hombre. La curiosidad me pudo y un día fui hasta él y lo despojé de las barreras que me impedían verle: era una mujer pelirroja de una mirada gris y con apariencia de demonio a pesar de su belleza. Yo de la sorpresa retrocedí hasta el punto de intentar huir, ella me decía: “Mi único deseo era sentirte cerca y observarte así, todo el que me ve está condenado a acabar mal, así que tu curiosidad ha acortado la llegada de tu destino.”. Desde ese día, al caer la noche, me sigue, esté donde esté y me consume poco a poco, quitándome la vitalidad cada noche, hasta que ya no quede nada de mí…
El religioso quiso comprobar algún tipo de posesión demoníaca sin resultado, así que me dio el rosario más lujoso que se podía dejar y me dijo “Ve con fe y vencerás al demonio.” Y con esas palabras y la acción de ser echada, cayó la noche y su presencia se hizo notar de nuevo. A los pocos instantes apareció. Ella es etérea, pero se la puede tocar, suele ir con ropas blancas y vaporosas, sus cabellos rojos ondean como fuego incluso en la ausencia de viento y sus ojos grises son hipnotizantes, si te miran de frente, olvidas que es un demonio y admiras su belleza, ya seas hombre o mujer y sean cuales sean tus costumbres. Sus labios danzaban y su melodiosa voz me engatusaba, esa noche decía que estaba enamorada de mí y por eso me consumía poco a poco y no se limitaba a herirme de muerte y tomar mi esencia de un sorbo, decía que todo era un ritual para que estuviésemos juntas eternamente. Me lo repetía una y otra vez y las horas pasaron hasta que tuve el valor de sacar el rosario, mostrándole su crucifijo, ella rió, se acercó, lo arrancó de mis manos y, tras tenerlo entre las suyas, quedó convertido en una masa amorfa de metal. Entonces me abrazó y me obligó a mirarla a los ojos, cuando hace eso, no soy más que un pelele, ella me dijo que todo cambiaría a partir de entonces, encerró mi boca con la suya y tomó su porción nocturna de mi esencia y caí desmayada.
Desperté en un manicomio, dicen de mí que tengo trastorno delirante o quizás esquizofrenia y alguna enfermedad venérea que merma mi salud a diario, alguien está pagándome un tratamiento especial que se limita en mantenerme viva y encerrada, libre de electroshocks y otras barbaridades. También está prohibido acercarse a mi celda de noche, porque ella no quiere ser vista. Esa y otra son las pruebas de mi cordura, la otra es que quien me pada todo es Lord Lilien, el mismo que me observaba en el cabaret, es decir, todo está planeado por ella.
Por eso, con su permiso, os dejo por escrito mi historia, porque esta noche me voy con ella para vivir a su lado eternamente.
Adiós, adiós a todos vosotros, científicos escépticos y monjas que no ven que a veces la locura es locura y otras los demonios que tanto perseguían en el Medievo, adiós, me voy al mundo de los infiernos, pero sin miedo alguno, porque ella me hizo sufrir mil infiernos para entrenarme, adiós, pues seguro que me voy a un lugar mejor.

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